Hace
unos cuantos años, algo me reafirmó lo que ya sospechaba sobre el carácter de
los catalanes.
Estaba
yo en el metro, cuando vi de lejos a Guillem, un antiguo alumno de mis clases
de francés en Barcelona.
Estuvimos charlando y le pregunté qué tal le iba su
trabajo de periodista. Me explicó que lo había dejado y que se había lanzado a
su verdadera vocación, que era la música. Había formado un grupo musical con
unos amigos pero lo decía en un tono tan mustio, que me salió del alma animarle
a seguir dicha vocación y a que no se mostrara tan poco expresivo al
explicarlo. Al preguntarle en qué idioma cantaba, dijo que en catalán pero
seguía tan cohibido que parecía que hasta le daba corte cantar en dicho idioma.
Por deformación profesional, suelo motivar a todo
aquel que inicia algo nuevo, como empezar a aprender francés, por ejemplo. Por
tanto, ¿cómo no le iba a animar en su nueva aventura, y más si era en catalán?
Con toda la buena fe de una parisina dando clases de
francés en Barcelona, le sugerí que me diera el nombre del grupo apuntado en un
papelito, a la antigua usanza, y que si algún día tenían la suerte de tocar en
algún local oscuro y herrumbroso de la ciudad, me avisara para promocionarlo
entre mi plantilla de alumnos y llenar huecos para que no se viera tan vacío…
;)
Guillem
me apuntó el nombre de su grupo con una expresión que no sabría definir…un poco
rara quizás. ¿Quizás tuve a un rarito en clase y no me di cuenta? Siempre lo
había visto como un alumno simpático y original. En fin, pensé, cosa de
artistas.
Esa misma tarde, antes de empezar una de mis clases de
francés, no había manera de que una alumna dejara de escuchar música en su
móvil*. Yo la azuzaba a cerrara el aparato, pero me dijo que le encantaba la
canción de ese grupo; un grupo bastante nuevo, catalán, que estaba teniendo un
grandísimo éxito con su primer CD. Le pregunté el nombre de dicho grupo y, al
decírmelo, vino en mi auxilio una especie de rayo de luz…¡¡era el mismo nombre
que el modesto Guillem había apuntado en un papelito, en el metro, esa misma
mañana!!:¡MANEL! Así que no era el nombre de otro chico catalán, sino de un
grupo musical. ¡Y bien conocido! Ahora entendí porque me miro raro…Quelle honte!
Tierra trágame.
Y, por azares de la vida, al cabo de un año
aproximadamente, me lo encontré otra vez. Esta vez me dirigí a él con paso
firme pero interiormente muerta de risa. Le amenacé con tirarle de las orejas
y, ante su cara de sorpresa, le “reñí” por lo ridícula que me había sentido
ofreciéndole el apoyo de mis alumnos…para que sus conciertos no se quedaran
vacíos. Nos echamos unas risas y me dijo que como iban a sacar el segundo CD,
entonces quizás sí era el momento de que le ayudara con la promoción entre mis
alumnos.
Hace muchos años que vivo en Barcelona y aún se me
escapan cosas; por su manera de contarlo, quién me iba a decir que su grupo
llegaría a tener repercusión nacional e internacional.
Realmente,
los idiomas pueden cerrar pero también abrir fronteras. Esta anécdota confirma
las sospechas de esta profe de francés en Barcelona de que los parisinos aún
tenemos mucho que aprender sobre la modestia y discreción catalanas.
(*)
Por cierto, la canción que escuchaba la
alumna era EL MAR, cosa que en Barcelona aún cobra más sentido.